domingo, 29 de enero de 2012













Blhoja 061 – SAN LUIS

Terminada la aventura de los Andes tenia planeado pasar unos días en San Luis.
De paso, volviendo de Mendoza, iría a visitar a mi amigo Víctor que hacía unos cuantos años que no lo veía. Luego de Malvinas, nos volvimos a ver en un encuentro de excombatientes en Villa María, Córdoba, allá por el año 2005. Desde esa vez solo nos comunicábamos telefónicamente y siempre me invitó a pasar unos días por su pago y nunca pude llegar. Esta era la oportunidad y para sorprenderlo no le avise nada.
En Mendoza me subí al bus al mediodía y elegí el primer asiento en la parte superior del coche, para ver mejor el paisaje y tomar algunas fotos, pero los vidrios tenían pegado el vinílico con el que ahora promocionan sus vehículos y todo se veía turbio. Bueno, entonces la otra opción era dormir. A punto de partir sube al bus, una señora con su hijita. Comenzó a mirar los números de asiento y yo rogando que no se siente a mi lado. Se fue hacia atrás y al momento volvió, saludó, pidió permiso y se sentó. Dijo que no le gustaba ese primer asiento, cuando se pusiera en marcha el ómnibus se marcharían a otro vacío. Ni bien subió me di cuenta que tipo de mujer era: charlatana.
Y así fue que ni pude dormir, ni escuchar música, solo su cantinela. Empezó contándome a donde iba, con quien se encontraría, como la conoció, etc. etc. Además de su compulsivo parloteo sobre ella venía su “pastelito”.
-- En Chile le decimos así porque son inquietos…
-- E insoportables—le digo yo con toda la cara llena de risa, para que no suene tan agresivo.
Mientras la señora, menor que yo, relataba todas sus andanzas por la ciudad de Copiapó, de donde me dijo que era, la “pastelito”, hacía de las suyas. Comía y dejaba, lamía y tiraba  todo lo que su madre sacaba del bolso para conformarla, o silenciarla. Se pintarrajeaba y se colgaba todos los adornos que tenía en su mochilita. Mis piernas bailaban esquivando sus manos enchastradas o de pinturita para los ojos, los labios y los cachetes, o del chocolate derretido en el calor del bolso materno o esos caramelos pegajosos que por momentos asomaban en sus labios, amenazantes, dispuestos a salir volando luego de una deliberada  espiración . La madre no paraba de hablar, primero de la mancha de su cara que a pesar de ser ella cosmetóloga egresada de los suplementos del domingo del Mercurio, no ocultaba mas porque la etapa de la vergüenza ya había quedado en el olvido. Luego, de las ultimas conquistas, entre ellos un señor de mucho dinero, dueño de la tienda donde trabajaba, pero le pedía a cambio que se quede en la casa a mantener la limpieza del hogar y ella, esta acostumbrada a la libertad de hacer lo que quiera y no se iba a clavar encerrada en una casa lujosa y mucho menos con un viejo. También vino el relato de la pobre mujer con quien se encontraría en una localidad cordobesa, que había conocido por facebook y que la había invitado para concretar juntas un emprendimiento de vaya a saber que me dijo entre tanto de sus dichos. Yo me reía.  Me relaje, eso si, siempre atento a las manitas de la pastelito, y disfrute de esas tres horas y media con sus relatos entre trágicos y desopilantes. Las que no disfrutaban eran las dos pasajeras que viajaban en los asientos paralelos a los nuestros. Intentaban dormir, pero la pastelito corriendo por el pasillo y tirándose con todo su cuerpecito contra el parabrisas, provocaba ciertos ruidos que les impedía el sueño.
--Te vas a hacer daño mamita—decía dulce y complaciente su mamita que escuchaba como yo, los bufidos de nuestras vecinas.
En un momento cayo de sus manitas enchastradas la botella de gaseosa y rodó por el pasillo. Evidentemente la botella golpeó con su base en el piso e hizo que parte del líquido saltara por los aires… algunas gotitas golpearon mi cara, pero creo que quienes salieron perjudicadas fueron las bufosas vecinas que, harta, una de ellas después de gritarle algún insulto, bajo hacia los choferes a presentar su queja. El episodio terminó bien… para la madre. El chofer en descanso, subió y preguntó solamente que ocurría y la madrecita tan amablemente pidió disculpas por lo ocurrido.


Camine unas cinco o seis cuadras desde la Terminal de ómnibus hasta la plaza central y a unos metros de la catedral estaba mi hotel. Recorrí la casi desolada San Luis dominguera y luego de una cena rápida lo llame a Victor para encontrarnos al día siguiente. Esa misma noche me fue a buscar a la esquina de la plaza y me llevo a su casa a conocer a su familia. Continuaban festejando los 15 de la niña, así que ligue empanadas y la torta de cumpleaños.


Me despertaba temprano. El campanario de la iglesia empezaba su sonar a las siete de la mañana, y aunque quisiera dormir una horita mas, a cada rato resonaba el disco de carillones musicales que anunciaban los cuartos de hora con una melodía diferente.


En los días sucesivos Victor me llevo a recorrer distintos lugares y pueblitos vecinos a la ciudad, muy característicos y pintorescos. En uno de los recorridos llegamos a su ranchito en medio de la montaña, aunque abandonado, ideal para un relax en medio de la naturaleza.


Visitamos La Carolina, a unos 80 kilómetros de la ciudad, un pueblito típico de unos 250 habitantes donde uno de sus principales atractivos son las antiguas minas de oro. El camino desde allí hasta San Francisco del Monte de Oro, es un trayecto subyugante. Atravesando la Pampa de las Invernadas se asciende a unos 1800 msnm hasta bajar abruptamente en un zig-zag muy cerrado enmarcando la ladera y permitiendo ver a lo lejos el pueblo de San Francisco que te espera antes de su ingreso con un bosque de palmeras caranday las cuales rememora Sarmiento en su “Recuerdo de provincia” alla por 1844, cuando en su paso por allí dejaron en su espíritu ese “olor de la vegetación de aquellas palmas en abanico”.











Pase unos días muy agradables junto a su familia y en la tranquilidad de esa ciudad puntana.
El último día nos fuimos a Quines. Pequeña ciudad al norte de la provincia, a unos 150 km de la ciudad de San Luis. Yo le pedí que me lleve y el aprovecho para hacerle un mandado a las monjitas de la congregación a la que el pertenece.
Nuestra relación se basa en grandes discusiones. Ideológicamente no nos parecemos en nada pero tenemos la suficiente valentía de respetarnos en esas diferencias. Hay algo superior a las discrepancias que es el cariño y el respeto que nos tomamos en los azarosos días de Malvinas. Y no me ocurre con todos, con muchos directamente no hablamos de ciertos temas porque terminamos peleando. Son muy pocos con los que tengo ese enlace histórico y sentimental que supera toda diferencia ideológica.
Así fue que en estos tres días, discutimos como nunca, tuvimos algunos puntos de acuerdo y fuimos intercambiando recuerdos que van completando la historia que nuestra memoria ha pasado por alto, mientras recorríamos esas rutas puntanas.


Este viaje a Quines fue otra de mis incursiones en el recuerdo. Como queriendo rescatar a los protagonistas de mi pasado llegue a la ciudad en busca de un amigo de la infancia y la adolescencia. Hacía unos meses y gracias a facebook habíamos retomado tímidamente la relación perdida hacía 25 años. Yo me fui a Rosario y luego él se caso y se vino a la provincia de San Luis. Nunca mas tuvimos noticias, salgo algunos comentarios de parte de nuestras madres, que siguen viviendo en el mismo pueblo y que ya no se relacionan como antes, hasta casi no se ven, según mi madre.
No le había dicho a Carlos que estaría por la zona, así que me aparecí de sorpresa. Pasó mucha historia por parte de los dos, imposible de resumir en una o dos horas de reencuentro, pero me lleve una alegría impensada. Muchos años después de nuestra separación, comencé a indagarme de como había terminado esta relación que era de dos pibes, casi inseparables. Llegué a la triste conclusión que por mi culpa, aunque lo pueda justificar con mi estado alterado post Malvinas, en nuestros últimos encuentros yo lo maltrataba con cuestiones no muy gratas. El temor al reproche en este encuentro me siguió hasta el momento mismo del abrazo que nos pegamos al vernos, pero se transformo en sorpresa cuando al despedirnos no puede dejar de decirle  esto que me estaba pasando, esta duda y este dolor por lo hecho en el pasado. El me confeso que al contrario, tenía un buen recuerdo de ese alejamiento circunstancial. Yo le había entregado algo que era muy importante para mi como evocación de mi paso por Malvinas y eso lo reconfortaba mucho. 


Sorpresas que da la vida. Cómo nuestra memoria nos hace esa mala jugada de tenernos años y años con una culpa desgarradora. En aquellos momentos, yo había dejado ese niño/adolescente que compartió con Carlos jornadas encantadoras, en la fría turba malvinera y a cambio, me había traído a un tipo recio y amargado que no pudo recuperar ese encanto por muchos años. Seguramente Carlos lo percibió y generosamente se olvido de esos agravios. Me toca a mi ahora, recuperar aunque sea en parte, aquel bien perdido.
Otro viaje de placer en lugares impensados y sorprendentes. Otro viaje de encuentro. Con el pasado, con los afectos del pasado. Conmigo.





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  • Hoy: Patrick Suskind

EL PERFUME
(...)
Lo que encontraba mas liberador era la lejanía de los seres humanos. En París vivían hacinados mas habitantes que en cualquier otra ciudad del mundo, unos seiscientos o setecientos mil. Pululaban en las calles y plazas y atestaban las casas desde el sótano hasta el tejado. En todo París no había apenas un rincón que no bullera de hombres, ninguna piedra, ningún trozo de tierra que no oliera a seres humanos.
Ahora que había empezado a alejarse comprendió con claridad Grenouille que aquel denso caldo humano le había oprimido como un aire de tormenta durante dieciocho años. Siempre había creído que era del mundo en general de lo que tenía que apartarse, pero ahora veía que no se trataba del mundo, en el mundo sin hombres, la vida era soportable.
Al tercer día de viaje llegó al campo de gravitación olfativa de Orleans. Mucho antes de que un signo visible anunciara la proximidad de la urbe, percibió Grenouille la acumulación humana en el aire y decidió, en contra de su propósito original, evitar Orleans. No quería perder tan pronto la recién adquirida libertad de respiración, sumergiéndose de nuevo en el asfixiante clima humano. Dio un gran rodeo en torno a la ciudad, fue a parar a Châteauneuf, a orillas del Loira, y cruzó el río por Sully. La salchicha se le acabo allí. Compró otra y dejó el río para continuar tierra adentro.
Ahora no solo evitaba las ciudades, sino también los pueblos. Estaba como ebrio del aire cada vez mas enrarecido, más alejado de los seres humanos. Sólo para proveerse de comida se acercaba a una aldea o una granja solitaria, compraba pan y desaprecia otra vez en los bosques. Al cabo de varias semanas le molestaba incluso encontrar de vez en cuando algún viajero por los caminos agrestes y apenas podía soportar el olor inconfundible de los campesino que aquí y allá segaban la primera hierba de las praderas. Rehuía, temeroso, todos los rebaños de oveja, no por los animales, sino para evitar el olor de los pastores. Caminaba a campo traviesa y hacía rodeos de muchas millas cuando olía a un escuadrón de jinetes, distantes aún a varias horas de camino, no porque temiera, como otros aprendices o vagabundos, que les controlaran y pidieran los papeles y quizás incluso lo alistaran para la guerra --ni siquiera sabía que se había declarado la guerra--, sino únicamente porque le repugnaba el olor humano de los jinetes. De este modo espontáneo, sin ninguna decisión determinada, su plan de dirigirse a Grasse por el camino más corto fue perdiendo urgencia y al final se disolvió, por así decirlo, en la libertad, como todos los demás planes e intenciones. Grenouille ya no quería ir a ninguna parte, sólo alejarse de los hombres.
Acabó caminando sólo de noche. Durante el día se ocultaba entre la maleza, dormía bajo los árboles o arbustos, a ser posible en los lugares más inaccesibles, agazapado como un animal, con el cuerpo y la cabeza cubiertos por la manta marrón y la nariz metida en el hueco del codo, dirigida hacia la tierra para que ningún olor extraño perturbara sus sueños. Se despertaba al ponerse el sol, oliscaba en todas direcciones y cuando estaba bien seguro de haberlo olido todo, de que el último campesino había abandonado su tierra y los vagabundos mas osados habían buscado cobijo ante la inminente oscuridad, cuando la noche, con sus supuestos peligros, había ahuyentado a todos los seres humanos, salía Grenouille de su escondite y continuaba su viaje. No necesitaba luz para ver a su alrededor. Incluso antes, cuando aún caminaba de día mantenía los ojos cerrados durante horas y se dejaba guiar por el olfato. La imagen deslumbrante del paisaje, la luz cegadora, la fuerza e intensidad de la vista le causaban dolor. Sólo le gustaba el resplandor de la luna. Su luz no tenía color y perfilaba débilmente el terreno, bañando la tierra con un tinte gris sucio y estrangulando la vida durante una noche. Este mundo como de plomo fundido en el que sólo se movía el viento, que a veces se cernía sobre los bosques grises como una sombra, y en el que solo vivían las fragancias de la tierra desnuda, era el único mundo aceptable para él porque se parecía al mundo de su alma.






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