viernes, 20 de agosto de 2010












Blhoja 034. CHACO/CORRIENTES 2001 - REENCUENTROS

La agenda había quedado perdida en el fondo de una caja con papeles y recuerdos. Perdida deliberadamente. Perdida, encontrada, releída infinitamente y nuevamente perdida, casi olvidada. Los recuerdos vuelven, se pasean: dañan y alegran; y se vuelven a perder. Y uno se cree que están perdidos, y uno sabe donde están perdidos. Hasta que llega el momento preciso, donde uno esta seguro que esos recuerdos pueden alegrar mas que dañar y está firme en la decisión de encontrarlos y hacer buen uso de ellos.
Sabía que ese día de la madre del año 2000 lo iba a encontrar en casa. Tal vez se haya casado y esté viviendo con su familia en otro lugar, pero hoy allí tenía que estar. Llame al Orejas a Corrientes capital, al numero telefónico que me dio allá por el ´82 y allí estaba.
No se si casualidad, pero ese fin de año, fin de siglo, fin de milenio, me sorprendió la llamada telefónica del Gringo, del que siempre nos burlábamos y lo cargábamos diciéndole que vivía en El Impenetrable y ¡cómo se enojaba!.
Era agosto y el colectivo me llevaba a Resistencia, Chaco. Casi ochocientos kilómetros desde Rosario. Era mi primer viaje al norte y la noche nos agarró en Santa Fe, así que no puede practicar mi vouayerismo topográfico (a ver, vuayerismo claro está, simbólicamente...).
Allí estaban el Gringo y Eustaquio esperándome en esa fría mañana. Cuantas historias encontradas que se habían perdido, estas si, definitivamente y que ahora entre mate y mate volvían con sus alegrías y tristezas. Y Diego y Juan Carlos por siempre en el recuerdo, por siempre volviendo a pasar por el corazón.
El Gringo vivía en Colonias Unidas, al centro/norte de la provincia del Chaco, un pueblito de algo mas de 3000 habitantes, fundado en 1891 y llamado así ya que sus primeros pobladores se llamaban colonos unidos, porque cultivaban la tierra en forma colectiva, sin dividirla en parcelas. Con toda la familia, seguían el traslado laboral de Mirta, su mujer bibliotecaria. Numerosa familia maravillosa y generosa. Como lo es el Gringo, como lo conocí en el ´81.
El mismo que se aparecía en la carpa con un pedazo de carne robada quizás donde.
–Coman che! Y no se queden ahí tirados… muévanse mierda!!!
Y recorría esos fríos turbales buscando comida. Alentando a Mortero60 para que no se caiga, para que no se quede paralizado en ese helado paisaje malvinense. Gringo, duro. Porfiado. Querido.



Le había mandado al Orejas un video con imágenes de mi viaje a Río Grande a una dirección que saque de las páginas blancas. La encomienda volvió porque la dirección no existía. Pero no le pedí la dirección correcta. Quería sorprenderlo.
El colectivito que me llevó desde Colonias Unidas me dejó en la terminal de Resistencia. Me fui al centro de la capital de la provincia y recorrí unas cuadas de la ciudad, para conocer algo. La enorme plaza principal, 25 de Mayo, una de las mas grandes del país es el epicentro de la ciudad, comercial, financiero y cultural. Llama la atención la cantidad de esculturas y murales que hermosean avenidas y plazas. La mayoría provenientes de concursos han hecho que en el 2006 el Congreso de la Nación haya declarado a la ciudad Capital Nacional de las Esculturas.
Un cafecito en uno de los tantos bares que rodean la plaza y luego me subí a un taxi hasta Corrientes. Llegar a la capital correntina no lleva mas de 15 minutos cruzando el puente General Belgrano de unos 1700 mts. Me dejó en un hotel por la calle San Juan y allí busque algunos mapas de la ciudad. Recorrí la peatonal Junín hasta la plaza Cabral. Estaba muy cerca de la dirección que tenía. Comí algo y hasta allí me dirigí. El mapa de la ciudad me decía que esta calle era de solo una cuadra, y allí comprendí por que no había aparecido la numeración. Llegue a un grupo de edificios de típico estilo Fonavi. Claro, eran dos o tres edificios, con muchos departamentos, pero no me importaba, ya estaba allí y alguien lo iba a conocer. De última tocaba todos los timbres. Cuando di la vuelta en la esquina unas señoras estaban charlando en la entrada de uno de los edificios. Sorpresa fue cuando una de ellas me dijo que esos eran edificios de no se que sindicato y que estaba casi segura que allí no vivía ningún ex combatiente. Pero la otra recordó que había un barrio con el mismo nombre que la calle y que estaba al otro lado de la ciudad. Después de las indicaciones del colectivo a tomar, me fui hacia una enorme avenida y allí espere. Estaba frente al Parque Mitre, unos metros mas allá, el majestuoso Paraná. Le pregunte al chofer si me llevaba hacia ese barrio y efectivamente los datos de la señora eran correctos.
--Aquí empieza—me dijo el chofer y baje.
Por suerte no se veía muy grande y en alguna de estas casas lo encontraría.
Crucé la avenida y en la primera vivienda golpeé para informarme.
No lo conocía por el apellido, pero cuando le di los datos físicos lo reconoció enseguida.
--El orejas vive aquí a la vuelta, la segunda casa desde la esquina.
Caminé esa cuadra muy emocionado. El corazón me latía con mucha fuerza y grande fue la sorpresa que al llegar a la esquina lo veo salir de su casa. Sin ninguna duda era él, alto, flaco, ahora con un poco de panza y menos pelo, pero habían pasado 19 años, y con ellos los delgados físicos de ambos y que decir de aquellos esqueletos que volvían de Malvinas, empachados de mantecol, sucios y distintos a los que se habían ido unos meses atrás, esos hombres nuevos que volvían derrotados de una guerra, pero triunfantes de la muerte.
Llevaba en la mochila la encomienda sin abrir, como me la había devuelto el Correo Argentino. El no se si me vio, pero seguro que no me prestó atención. Casi miedoso me acerqué y tratando de que no me tiemble la voz le dije:
--Flores?—y sin esperar respuesta le entregue la cajita.
La tomó sin mirarme y yo no me podía contener para pegarle un abrazo. Fueron unos segundos donde se amontonaron todos los recuerdos y me bombardearon de imágenes, risas, charlas y llantos. Lo vi sonreír cuando vio el remitente y con un dejo de nostalgia leerlo casi en voz baja. Yo estaba en poder de la situación, corría con ventajas:
--Le vas a contestar algo?—le dije.
Me miró y nos chocamos en un abrazo potente que acercó tantos años de desencuentro.
Después vinieron las charlas, los recuerdos, la vida vivida en estos diecinueve años, el Sebi y Laura con sus amenos y simpáticos parloteos y sus exquisitos platos.
Cuando a los días me fue a despedir al ómnibus me dijo que habíamos hablado poco.
--Ya vamos a tener tiempo—le dije.







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