martes, 12 de agosto de 2014






Blhoja 94. FRAGMENTOS DEL PERU INDIO


  "Como ayer, como hoy y como mañana, el río brama contra el peñón que defiende a Calemar arriba, al comienzo del valle. El peñón resiste y nuestra tierra permanece. Pero los cholos somos de corriente mas que de la tierra pues ´no le juimos porque semos hombres y tenemos que vivir comues la vida´.
  Llegaron negociantes de ganado, esos cristianos que abundan cada vez más y se han arreado ya a la costa todas las reses de la banda del frente de manera que han pasado a la nuestra. Ningún rincón, aún el más escondido y fiero, escapará a la búsqueda. Ninguna res, aún la mas endeble y enteca, se librará de la requisa. Don Policarpio Núñez y su hijo estuvieron aquí, wínchesters a la cabezada de la montura, de paso a Marcapata, a la comunidad de Bambamarca, a Shomenate, a El Olivo, a Ciónera. Iban a juntar todo el ganado de por allí. 
  --Don Juan Plaza les vende, apuntó el viejo Matías.
 --Y los inditos también,  --replicó  don Policarpio haciendo sonar los soles en el bolsillo del chaleco. Ese don Policarpio tenía plata y seguramente la alforja estaba llena de cheques. Pasando un ojal del chaleco, brillaba a todo lo ancho de su vientre una gruesa cadena de oro. Las wínchesters respondían por todo, aunque don Policarpio debía usar su carabina en cosas que no tenían que ver nada con su propia defensa.
  --Lo pasarán ustedes el ganadito, pue, --siguió diciendo el negociante, mirándonos a todos con sus ojitos zamarros y sonriendo zalameramente con sus gruesas jetas y sus sopones carrillos trigueños.
  --Dejuro, sí lo pasamos... 

  Pero la balsa que trajo el Arturo no bastaba y fuimos por otra. En la Escalera, con el agua baja hasta dejar ver un enrizamiento de picos fluidos, nos acordamos del pobre Roge y jalamos las palas con rabia. El Arturo ajustaba las quijadas abultando la piel cetrina sobre tendones encrespados. Su cara era como el pongo mismo, torva y furiosa. Llegamos a medio día, pues salimos temprano, de modo que el sol alumbraba bien el paso. Había que vencer. La Escalera no debía jugarse con nosotros, balserazos de ley. El río dió vértigo a sus rápidos y chorreras poniéndonos sus rocas como un puñal al pecho, pero nuestros ojos vieron claramente sus lomos practicables y nuestros brazos fueron como nunca fuertes para blandir las palas en el agua voraz. Eramos solamente brazos y ojos. Ni oíamos siquiera el gran clamor del pongo y fué solo al voltear el recodo, cuando la balsa iba ya sobre aguas aplacadas, que lo sentimos a nuestras espaldas mascullando interjecciones. Nos amenazaba para la próxima vez, que acaso sería la ultima. ´Cuantas veces quieras´ respondían a un tiempo, jubilosos, nuestros corazones retumbantes.
  Nos pusimos de acuerdo con el viejo Matías sobre la llegada y él nos había esperado tres horas a la orilla. Al vernos tembló de alegría y nos recibió riendo con toda la cara.
  --Güena, homs... ya, ya... El río nues pa meter miedua los varones... Güena, homs, güena...
  Y en la noche la reunión fue como nunca emocionada y discurrió en medio de un calor que no era de valle sino de entrañas.
 Estábamos ante el mantel lleno de coca, haciendo rueda, don Matías y su hijo, el Silverio y el Encarna, los compañeros de balsa Jacinto y Santos y algunos cholos más que vinieron a celebrar el feliz arribo.
  Un poro del ´juerte´ recorría lentamente el círculo de una mano a otra mano y un fogón nos coloreaba los rostros en medio de una noche lóbrega.
  El cañazo nos hizo pronto arder la sangre y entonces fué el reír de las peripecias del viaje y las nuevas donosas de Shicún, pero después la coca nos llego al corazón como para que sintiera, una vez mas, la trizteza que dormita en lo hondo de nuestra vida, pronta a despertar y mostrarse.
  Sólo el rumor del río y el canto de los tucos nos conectaba a la naturaleza. Por lo demás, hubiérase creido a primera vista que ese grupo de hombres vivía a favor de un retazo de luz entre un apretado y tétrico mundo de sombras.
  El Arturo contó que en Shicún, un cholito que acostumbraba poner nasas en un brazo de río, fué una tarde a revisarlas y no volvió mas. Sus parientes lo buscaron varios días río abajo. En las playas anchas donde varan los cadáveres, nada hallaron. Por otra parte, no sabían fijamente si se había ahogado o no, pero de su muerte no dudaba nadie.
  --Tal vez se juyó pa otro sitio, --apuntó un cholo.
  --No, si dejó to sus cosas... ai taban. Y dijo como siempre que luego regresaba y no luizo... Se jué hasta sin poncho... Dejuro que murió.
  El viejo Matías habló entonces, pausadamente, como tomándoles sabor y peso a sus palabras:
  --¡Ah, río tan variao! No diremos que deja e ser güeno pero la bondá puera nues deste mundo... Y velay que nos tiene puacá pa hacer su gusto... Bien dijo don Oshva, anquel miraba diotra laya la cosa, perueste río es mesmo una serpiente dioro... Güinpostá serpiente dioro es.
  El viejo callóse y de sus oyentes nadie dijo una palabra. Quizá sintió que no llegábamos al fondo de su pensamiento, y explicó:
  --Catay quiuno vive aquí e güen modo. Nada falta y to es puel río. Este valle del es, lagua que balsiamos es del. Yel nunca deja e correr y los cristianos tienen po contra único al riesgo... pero cuando menos piensa, ya los mató su río lindo dentre su valle lindo, ya los mató e repente mesmo una serpiente dioro.
  --Muy verdá don Matish...
  --Muy verdá...
  El viejo siguó hablando. Sus ojillos brillaban intensamente bajo el ala agachada de su sombrero. A pesar de que los fijaba en nosotros, no parecía advertirnos. Su mirada iba mas lejos.




  --Me contun señor que tiempos antiguos los peruanos adoraban comua meros dioses al río también y también a la serpiente. Y yo digo que tal vez  jué poque la iferiencia es poca yal no saber cual era mas ni menos, velay que pa los dos tuvieron adoración...
  Nos zapamos coca silenciosamente. Ni golpeabamos los checos a fin de no hacer ruido.
 --Güeno, ¿idiay?, --prosiguió el viejo-- aqui corre pa siempre nuestro río, yaveces blasfemamos contra del peruel parece que mas bien se carcajiara... pero hay ta que no le juímos: semos hombres ya que la vida hay que vivila comues y para nosotros la vida esel río... A pelialo, pué... Y que nunca, nos pesquel fiero mal ques el desaliento... ¿Saben como jué quel Diablo echó los males?
  --Yo si, --dijo el Arturo-- pero los otros tal vez no...
  --Cuente, cuente, don Matish, ..pidieron varias voces.
  Y el viejo repuso:
  --Enton voya contarles y no lolviden po ques cosa quiun cristiano debe tenela presente...
  Y relato la historia que nosotros no olvidaremos jamás y que diremos a nuestros hijos con el encargo de que la repitan a los suyos, y así continúe transmitiéndose, y nunca se pierda.
  Yera po un tiempo quel Diablo salió vender males po la tierra. El hombre ya bía pecao y taba condenao pero nuabía variedá e males yentón el Diablo, costal en el hombro, iba po to los caminos e la tierra vendiendo los males questaban enel costal empaquetaos pue los bía hecho polvo. Yabía polvos e to los colores queran to los males: ai taban la miseria y lenfermedá, y lavaricia yel odio, y la opulencia que tamién es mal y lambicia, ques mal tamién cuando nue debida, y velay que nuabía mal que faltara... Y dentresos paquetes bía uno chiquito y con polvito blanco quera puel desaliento...
  Yasies que vendió to los males y naides le quiso comprael paquetito po quera chiquito yel desaliento nuera gran mal. Yel Diablo decía: ´coneste, todos; sineste, niuno´. Y la gente más se reía pensando quel Diablo siabía güelto zonzo. Y velay que sólo quedó puel paquetito y no daban porel niun cobre... Entón el Diablo con más cólera toavía y riéndose con mera risa e Diablo, dijo: ´estes la mía´ yechó pal viento tuel polvo pa que vaya po tuel mundo...
  Yentón to los males jueron poquese mal es toítos. Solo pue hay que reparar nomá pa darse cuenta... Sies afortunao y poderoso y cae desalentao pa la vida, nada le vale yel vicio luempuña... Sies humilde y pobre, entón el desaliento lo pierde más luego toavía... Asies comuel Diablo hizo mal a to la tierra pue sinel desaliento niun mal podía pescalo a niun hombre...
  Yaitá enel mundo, yonde algunos mas, onde otros menos siempre les llega y naides puede ser güeno e verdá pue no puede resistir comues debío la lucha juerte e lalma yel cuerpo ques la vida...
Cristianos e Calemar, quel desaliento nuempuñe nunca to nuestro corazón..."






CIRO ALEGRIA
(Ciro Alegría Bazán; Marcabal Grande, 1909 - Lima, 1967) Novelista peruano. Ciro Alegría hizo sus estudios escolares en su misma región andina de nacimiento (donde tuvo como maestro a César Vallejo) y se comprometió temprano en la lucha política como miembro de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Su militancia en la APRA le valdrían dos estancias en prisión (en 1931 y en 1933) y su posterior exilio en Chile en 1934.
En ese periodo escribió la parte más significativa de su obra y ganó tres premios literarios con otras tantas novelas que lo consagraron como novelista. Así, Ciro Alegría publicó en 1935 La serpiente de oro, en la que relata la vida de los nativos a orillas del Marañón. En 1939 vio la luz su segunda novela Los perros hambrientos (1938), en la cual entra de lleno en el mundo de la alta sierra peruana y presenta la lucha del hombre contra la naturaleza hostil.
En 1941 Ciro Alegría obtuvo el Gran Premio de Novela Continental con El mundo es ancho y ajeno, también de tema indianista y, a no dudar, una de las mejores muestras del género: la aldea de Rumi (auténtica protagonista de la novela, cuya vida se describe maravillosamente) es objeto de la codicia del terrateniente blanco; destruida, sus habitantes se dispersan: unos mueren, otros son reducidos a esclavos o marchan a las grandes ciudades.
El mundo es ancho y ajeno es así un gran cuadro épico de las luchas de una arquetípica comunidad indígena contra los tres poderes que quieren destruirla: la oligarquía terrateniente, el Ejército y el Gobierno al servicio de los intereses estadounidenses. El uso de las técnicas narrativas modernas y el aliento heroico de la composición le permiten presentar un relato río que arrastra materiales heterogéneos para crear un mosaico tan variado y dramático como la vida indígena misma.
En 1948 volvió a su país después de permanecer en los Estados Unidos desde 1941. Se dedicó al periodismo y fue elegido diputado tras haber renunciado al Partido Aprista. En esta época publicó un libro de cuentos: Duelo de caballeros (1963).
La obra de Ciro Alegría representa, junto con la de su compatriota José María Arguedas, la expresión artísticamente más madura de la narrativa regionialista e indigenista nacional en el siglo XX. Tras su muerte, su esposa, Dora Varona, se dedicó a reimprimir las obras más conocidas del novelista y a editar todo cuanto había quedado inédito. Publicó dos novelas inconclusas tituladas Lázaro (1972), de contenido político, y El dilema de Krause (1979). También conviene destacar sus colecciones de relatos: Panki y el guerrero (1968); La ofrenda de piedra (1969), relatos andinos; Siete cuentos quirománticos (1978), escritos en Estados Unidos y Puerto Rico; y El sol de los jaguares (1979), relatos amazónicos. En 1976 aparecieron unas memorias bajo el título Mucha suerte con harto palo.





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